Un tenue haz de luz atraviesa la pulpa negra de la tierra que me ciñe, menguada, a duras penas me alcanza.
Oracular, este delgado dedo descubre el devenir del mundo condensado en este estrecho pedazo de tierra al que vine a
recogerme. Se aglomeran los
recuerdos del futuro.
El moribundo rayo de luz descorre el telón fúnebre de oscuridad para mostrar una lluvia de sangre incesante, las lágrimas
que regarán los muchos caminos. Trae a la agonía de mis oídos un rugir de negruzcos relámpagos metálicos, el desencajo de inconsolables alaridos. Las
penurias que ha de pasar esta tierra enlutada, cimentada en un montón de cadáveres que
son lo que nunca fueron...también viene a este agujero consumido de sombras un clamor sin cuerpo que me llama.
Historias de hombres y mujeres que arderán en este
desvaído azul resplandor.
Profetiza también entre este juego
refulgente, lo que será de mí. La luz irrumpe en la oscuridad con necia profusión, y por vez única veo mi
porvenir y el de ese hombre cuyo nombre prometí nunca olvidar y ya no recuerdo.
Ilumina, por primera vez, su mirada con un tenebroso
y maledicente fulgor.
Poco a poco las revelaciones van cesando. Los
lóbregos torrentes van apagando las argentas llamas. Los haz de luz se van
reduciendo a pequeñas luciérnagas azules. Duele.
Siento como se extinguen las luces de mi vida en esta oscuridad. Lentamente me vuelvo uno con la nada
convirtiéndome en todo.
El peso del cielo recostado en mi cuerpo anuncia que me he vuelto las montañas que rodean este pedazo
agreste del mundo. Retorno a los ríos, me transformo en un dulce rumor de agua. Mi cuerpo se transmuta en la tierra que hombres y mujeres han de pisar hasta el final de los días.
Este sueño antiguo que he sorbido del
vientre de la madre tierra despertó con los dolores de mi alma.
Escucho el cascabeleo de las hojas por
todos lados. Imagino la eternidad y escucho la voz de sus recuerdos. Errabundo,
el aplauso de la vida resuena en la oscuridad como si celebrara algo; Llueve.
Volveré como la lluvia, y de nuevo ascenderé al cielo y me precipitaré por
siempre. Ya no existo. Al fin me doy cuenta.
Yo, que cuando
estaba vivo caminaba por el sendero de la verdad protegiendo a mis semejantes,
en esta última hora me encojo de arrepiento al contemplar mi destino absoluto.
De nuevo escuché el tañido de esas campanas como en
aquel entonces, pero antes mi corazón se aceleró, ahora lo llena una honda tristeza: un
hermoso y triste sonido desgarra mi corazón.
Al fin lo entiendo, la luz fue el mensajero de mi fin.
Se me escabulle el alma en diminutas perlas luminosas.
Mis
ojos contemplan la agonizante luz.
Me envuelve la oscuridad entre sus increados
brazos llenos de paz